Estoy pasando una experiencia en
mi comunidad de vecinos que me lleva a reflexionar sobre la tan sobrevalorada, en
mi humilde opinión, improvisación española y la gestión de proyectos.
La situación quizá os sea
familiar a muchos de vosotros. Edificio de viviendas de casi 20 años de antigüedad
con grietas sospechosas por fachada y terrazas. Tras innumerables e
interminables reuniones de vecinos, estudios de arquitectura y demandas a la
constructora, se decide que hay que reforzar ciertas partes de la estructura
para que no se nos caiga el edificio. A mediados de Abril aparecen cartelitos
por todas partes avisando que las obras empezaran el lunes 7 de Mayo. Pasan lunes,
martes, miércoles, jueves y viernes sin que veamos un solo martillo, pero por
fin, en la tarde del viernes, recibimos una llamada del administrador de que las
obras empezaran el miércoles 16 y que tiene que haber alguien en los pisos para
facilitarles la entrada a los de la constructora. Vale. El lunes 14, sin previo
aviso (a mi me pillaron en casa, pero vete tu a saber al resto), aparecen 3
propios de la constructora. Tras un rápido vistazo, me piden que para el
miércoles tenga vacías dos habitaciones y la terraza porque van a tener que
picar todos esos techos. Me quedo horrorizada, pero me pongo en plan Project Manager
y acepto el desafío.
Lo primero de todo, los
stakeholders. Se lo vendo a mi marido como un ‘así aprovechamos para tirar un
montón de cosas’. Llamo a mi madre y le preaviso de que podríamos acabar
durmiendo en su casa porque no tengo muy claro que el polvo nos deje quedarnos
en la nuestra. Y convenzo a mi hijo de que la biblioteca es el mejor sitio para
estudiar Selectividad.
Lo segundo, plan de proyecto.
Recluto a los recursos para mover muebles por toda la casa (mi marido, claro,
porque a mi hijo le ha parecido estupenda la idea de la biblio y desaparece de
nuestras vidas). Nos levantamos temprano para que nos cunda el día (que suerte
que el martes es un día festivo en Madrid y no tenemos que trabajar ). La cosa
se va desarrollando según el plan. En un par de horas hemos vaciado una de las
habitaciones. Hacia las 12, mi marido se niega a seguir moviendo cosas y propone
irse a tomar el aperitivo. Cuando estoy intentando convencerle de que la ‘tarea
aperitivo’ está después de la ‘tarea descolgar cortinas’ llaman al timbre y
aparece mi vecina con la noticia de que les acaba de llamar el administrador y
que las obras se suspenden porque ha habido un montón de quejas y van a
organizar una reunión la semana que viene donde nos explicaran todo bien. En
ese momento, rompo mi plan de proyecto, cojo a mi marido del brazo, nos vamos a
nuestra terraza preferida, paso de mi cervecita habitual y me pido dos vermuts.
Mi marido me observa sin hablar mucho. Le sonrío y le digo: ‘No te preocupes,
ya improvisaremos’.
Y digo yo, en vez de cartelitos,
visitas no planificadas, llamadas de ida y vuelta, día de fiesta desperdiciado,
reuniones improvisadas y mosqueo tremendo… ¿no habría sido mejor planificar
esto un poco? ¿Tan difícil es? ¿O es que definitivamente los españoles no
estamos culturalmente cualificados para organizar algo en una secuencia lógica?
No sé. Creo que los vermuts me han dado dolor de cabeza.
Comunidades de Vecinos, por
favor, poned un Project Manager en vuestras vidas. Dejad de improvisar
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